Las responsables de que nos sintamos llenos o hambrientos son determinadas hormonas que actúan como importantes transmisores en nuestro cuerpo. Se liberan en momentos diferentes del día o la noche, siguiendo un ritmo predeterminado. Al mismo tiempo, su liberación depende también del momento de la ingesta y de la composición de las comidas.
Las hormonas más importantes que controlan nuestro comportamiento alimentario son: la ghrelina, la leptina, el cortisol y la insulina.
¿Tienes hambre? La responsable de esto es la hormona ghrelina, que por el día aparece cada 5-6 horas pidiendo comida. Tras la ingesta de comida desciende como un rayo para volver a enviar señales de hambre pasadas 5-6 horas. Si has comido algo con un alto contenido en proteínas, la ghrelina bajará más rápido y también volverá a subir más tarde. Esto explica que, tras una cena rica en proteínas, no sentirás hambre hasta la mañana siguiente, algo beneficioso a largo plazo para mantener el peso. No es casualidad que se recomiende añadir pescado más a menudo al menú de la cena, ya que aporta mucha proteína. Un ayuno de 14-16 horas también puede ayudar a que se fije o establezca este ritmo de liberación: un efecto que la Cronodieta o ayuno intermitente también trata de aprovechar.
Cuando estamos llenos, aparece otra hormona: la leptina. Este inhibidor del apetito alcanza su máximo valor sobre todo entre medianoche y la madrugada: otro motivo por el cual no nos despertamos muertos de hambre durante la noche. Para desplegar todo su efecto, lo mejor es ingerir la última comida rica en proteínas 6-8 horas antes de la medianoche: otra regla de oro del ya citado ayuno intermitente o Cronodieta.
El cortisol es otra hormona importante que favorece el metabolismo lipídico y regula nuestro depósito de hidratos de carbono. A primeras horas de la mañana es cuando el valor del cortisol está más alto, y por la tarde y noche alcanza su nivel más bajo. La Cronodieta tiene en cuenta este ritmo biológico y por eso pueden comerse los hidratos de carbono por la mañana, ya que en ese momento el cortisol se ocupa de que nuestro cuerpo los aproveche bien. Por la tarde-noche la cosa es bien diferente: aquí los hidratos de carbono perjudican, ya que provocan picos de insulina que desequilibran todo nuestro ritmo biológico.
La insulina es la hormona producida por el páncreas y se libera tres veces al día: por la mañana, a mediodía y por la tarde, es decir, exactamente durante las tres comidas principales. Lo que comamos en esos momentos se transformará en energía y nutrientes gracias a la insulina, para ser luego transportado a las células. Si se produce demasiada insulina debido a la composición de las comidas, lo que sobra (es decir, la energía que no se conduce a las células) se convierte en depósito de grasa acumulada.
Además, los hallazgos más recientes indican que sobre todo el pico de insulina matutino influye positivamente en la liberación de los otros dos picos a mediodía y por la tarde. Si falta el impulso de la mañana, porque, por ejemplo, no desayunamos, las otras comidas no podrán digerirse de forma óptima. La consecuencia es que la energía contenida en los alimentos pasa en su mayoría a ser depósito de grasa.
Además de esta liberación rítmica durante el día, la insulina también se libera cuando comemos entre horas algo rápido, como una supuestamente sana barrita de muesli, fruta o incluso un trocito muy pequeño de chocolate. La energía ahí contenida se convierte inmediatamente en depósito de grasa.